
La lógica de lo común
#MicroHistorias 3
Charlando con Guadalupe, en el marco de la última nota que publicamos en este ciclo de #Microhistorias, la consumidora de Abasto nos decía que ella cree firmemente en los mensajes que se esparcen de boca en boca, porque “si alguien en que confiás te cuenta algo y te sugiere intentarlo, le vas a hacer caso, porque le creés”. Confiar, creer, son verbos que en algún rincón de estos intercambios aparecen: quizás no siempre de una manera explícita, pero la acción y la intención están presentes y se palpan. En este caso, Felipe Díez es un vecino que consume en CONSOL a través del foco de San Cristóbal, y él recalca que llegó hasta aquí gracias a Claudio, un compañero con el que siempre había tenido buena onda, y que en cierto momento empezó a contarle sobre la experiencia que estaba haciendo en nuestra cooperativa.
Guadalupe y Felipe, sin quererlo, dan testimonio del amplio abanico de consumidores y de consumidoras que participan de CONSOL a través de sus distintos focos barriales. Ella, una joven de 24 años, Licenciada en Relaciones Internacionales y comprometida con las lógicas emergentes de una sociedad que quiere romper con la impunidad de sus monopolios. Él tiene 65 y está recientemente jubilado, y nos comparte que su intención es participar de este espacio sabiendo que aquí también están los productores que día tras día hacen su trabajo de hormiga.
Le consultamos a Felipe sobre cuál es su vínculo con las cooperativas, y él inmediatamente nos habla de “El Hogar Obrero”. Sus padres fueron socios de esta gran cooperativa argentina, y él conserva recuerdos de su niñez, cuando todavía no se había convertido en un supermercado, sino que era una tienda de barrio: “Ahí había una persona que te atendía, acomodaba las cosas que comprabas, hacía la suma, y yo que era chico le pagaba y me volvía a casa con las bolsas”. Comparte Felipe que sus viejos, habiendo sido socios, tenían su caja de ahorro y ahí juntaban unos mangos, y que incluso si precisaban pedir un préstamo, también había instrumentos para que lo pudieran gestionar.
“Me acuerdo con gran cariño del Hogar Obrero, porque aparte vivíamos enfrente de una de las sucursales que tenía”. Con el sueldo de su primer laburo, lo primero que compró fue un equipo de música; luego, en ocasión de su casamiento, también recurrió a la cooperativa, esta vez para adquirir los electrodomésticos que el matrimonio necesitaba para establecerse en su nuevo hogar. Cómo no lo va a recordar con cariño al Hogar Obrero, Felipe, si fue una compañía durante tantas etapas de su vida.
Ese cariño se ha ido transformando, pero sin perder su eje: Felipe, que en la actualidad vive solo, cada 15 días realiza su pedido a CONSOL, que en su imaginario no será exactamente igual que el viejo Hogar Obrero, pero que expresa sin embargo los mismos valores de solidaridad, y tiende los mismos puentes, favorables al bienestar de los trabajadores. Le consultamos qué productos no pueden faltar, cuando hace una compra a través de nuestra plataforma, y Felipe menciona sin titubeos los embutidos y las provoletas, la yerba y el aceite de oliva.
Guadalupe remarcaba que con CONSOL ella había descubierto una forma distinta de consumir, una más consciente y colectiva, que no solo la involucraba a ella, como consumidora, sino a los productores. No es habitual que la gente sepa quiénes son los hombres y las mujeres que están detrás de los alimentos que consume. Y esa es la misión de una cooperativa de consumo como la nuestra: tender puentes y poner en primer lugar la humanidad de todos nosotros y de todas nosotras. Solo así podremos romper con la hegemonía del individualismo y avanzar hacia una sociedad que se rija con la lógica de lo común, es decir, lo que es de todos.