
Consol: Una obra que sigue en construcción
La charla con Alejandro Quintela discurre como la mayoría de las charlas, en este curioso momento de la humanidad: a través de un intercambio de audios de WhatsApp. Él fue uno de los impulsores de Consol, parte del puñado de compañeros y compañeras que pujó para parir esta experiencia colectiva vinculada con el consumo del pueblo, voz autorizada para narrar el recorrido que hemos alcanzado y que sigue trazándose hacia adelante nuestra cooperativa. Un tiempo, el de Consol, que en términos históricos es casi nada, y sin embargo bastó para que viéramos pasar gobiernos y experiencias políticas prácticamente opuestas, en relación a sus posturas ideológicas y al plan de país que planteaban. Diez años puede ser un montón, para un pueblo argentino que más que de tiempos históricos sabe de tiempos humanos. Es todo acá, es sobre la marcha y con la carne al asador. Un pueblo cocido, a veces arrebatado, pero que se curtió la piel y sabe rebuscárselas bastante bien cuando le dan la espalda.
Alejandro andaba cursando Ciencias Políticas en la UBA, allá por el dos mil y monedas, y pateando los pasillos de su facultad empezó a preguntarse lo que suelen preguntarse los jóvenes que son atravesados por un compromiso y se sienten interpelados por una urgencia social -que por estos meridianos es más crónica de lo que quisiéramos-. Participó de ese tiempo de diálogos que giraban en torno a salir a la calle y hacer lo que hubiera que hacer, porque refugiados en los edificios de la universidad no iban a logran torcer una realidad que seguía quemando allá afuera. Se fue tejiendo una red que involucraba a estudiantes de diferentes carreras, y esa organización estudiantil derivó en la gestación del colectivo Trabajo y Autogestión. Corría el año 2009, se presentaba el intento de desalojo de los trabajadores de la fábrica Arrufat, que defendían con cuerpo y alma sus herramientas de trabajo, y allá fueron los compañeros de la universidad, a ponerse a disposición del laburante y reavivar esa vieja tradición de alianza política entre obreros y estudiantes, que tantas conquistas y triunfos forjó, a favor de este pueblo apaleado.

“Con esa organización empezábamos a combatir la cultura del descarte, esto de que siempre se expulsa al que trabaja, se lo margina. Para eso poníamos a disposición los elementos técnicos y los conocimientos que podíamos aportar desde la facultad. Fue un proceso virtuoso, integrador y de carácter popular”. Comparte Alejandro que eso que empezó siendo una suerte de investigación en el terreno, acabó convirtiéndose en la militancia de ese grupo de estudiantes. Y no es casualidad eso que dice, que al comienzo fue una investigación, un trabajo de campo, porque efectivamente hubo un objeto de estudio y porque se pudo elaborar una hipótesis del conflicto: para que pudiera prosperar la resistencia que estaban encarnando esos trabajadores, había que consolidar una red de consumidores empoderados, que se incorporasen a la propuesta de construir un mercado alternativo al hegemónico, y cuya mirada crítica ayudase a fortalecer el horizonte organizativo de los productores.
Pasándolo a criollo, urgía conectar a los productores y a los consumidores, que no encontraban una instancia común. No había un diálogo establecido. Todo lo que había eran cabos sueltos. Los productores estaban organizados, incluso con sus falencias, y producían. Los que estaban completamente desorganizados eran los consumidores, abandonados a la lógica mercantil. Ahí estaba el gran desafío y la prioridad de la organización, para empezar a construir un nuevo tipo de consumidor, más consciente de los problemas de la sociedad, más dispuesto a incidir desde su lugar. Y entonces Alejandro menciona con claridad la meta trazada: que el poder adquisitivo individual troque en poder adquisitivo colectivo.
Las cooperativas de consumo emergen como un marco institucional propicio para desarrollar y consolidar estos tendidos sociales y para generar una cultura crítica y colectiva, que ejerza resistencia frente a la cultura noventista del consumo desatado y de la híper-atomización de la sociedad. Así nacía Consol, con la premisa clara de que una economía social y solidaria no es un escenario utópico, sobre todo en un país como el nuestro que, a diferencia de muchos guisos, está muy quemado desde arriba y bien a punto desde abajo.