
Un pueblo de pie
Verónica es un pueblo bonaerense a la vera de la ruta 36, poquito antes de toparse con uno de los vértices de la Bahía de Samborombón. A 150 kilómetros del ombligo porteño y a 90 de La Plata, si el viajante levanta la mirada y aminora un poco la velocidad, probablemente divise las vacas de Ramón, que tiene el tambo ahí nomás, pegadito al camino. Él se especializa en la producción de un queso tipo sardo, pero más artesanal, “como un gouda, un poco más durito; parecido a un pategrás, pero sin ser un pategrás”. Y si el pasajero se mete un rato a pasear por el pueblo, entonces seguro que se encuentra con Fabián, otro productor familiar que se dedica más a todo lo que es ahumado, “y que logró arreglar con el municipio para que le guarden los residuos del chipeado de ramas, que es importante para que su trabajo sea sustentable, porque de esa manera no tendrá que estar podando para ahumar”. Y si el visitante se decide a pasar la noche en Verónica, entonces seguro que, al día siguiente, bien tempranito, se cruzará con la panadera del lugar, haciendo el reparto de las medialunas: “Su papá, que era el dueño histórico de la panadería, falleció hace poquito tiempo, tristemente, y ella se está acomodando para hacerse cargo del negocio”.
El que nos cuenta todas estas historias, en un ping pong de audios de WhatsApp, es Guillermo Fusaro, productor de mermeladas agroecológicas que, en compañía de su mujer, Nicoletta, tuvo la iniciativa de empezar a tejer una red de productores veroniquenses. Lo que los impulsó a acercarse y organizarse, como sucede la gran mayoría de las veces, fue la necesidad de hacer algo novedoso para destrabar la producción, frente a las dificultades que todos estaban teniendo a la hora de comercializar el fruto de sus trabajos. Ellos dos, son dueños de un monte frutal de tres hectáreas, que les alcanzaba para desarrollar su producción, pero explica que, si ya la cosa venía difícil desde antes, con la pandemia se cerraron muchas puertas, poniendo en jaque la actividad.
Cuenta que comenzaron mano a mano, charlando con sus vecinos y proponiéndoles buscar la manera de actuar colectivamente. Intuían que así, reuniendo fuerzas, podrían entreabrir algunas de esas puertas que se habían ido cerrando. Él tenía claro el diagnóstico: el desafío era conseguir nuevos canales de comercialización, que les permitiera zafarse del estancamiento y encender otra vez el motor productivo. Trabajar de más, sin la garantía de que vas a poder colocar tu producción, no es un plan convincente para nadie. Era menester, entonces, localizar a esos consumidores, que en algún lado tenían que estar, porque, con o sin pandemia, la gente sigue alimentándose como siempre.
Y el plan, de a poco, va dando sus primeros frutos. Este vínculo que han establecido con Consol es un buen augurio, pensando en ese horizonte de una producción definitivamente reactivada. Hace poquitos días, el 13 de junio, se concretó la primera solicitud de presupuesto, de la cooperativa de consumo a la red de @productosveroniquenses -así los pueden encontrar en el Instagram-. Una “solicitud de presupuesto”, dicho así no es más que papelerío, pero, detrás del papel, lo que hay es la ampliación de una red, lo que hay es una articulación que se torna imprescindible para que todos, productores y consumidores, podamos seguir pensando que es posible la construcción de esa “otra economía” de la que tanto oímos hablar. Si los productores no lograran dar un paso al frente para saltar el cerco de su pueblo y relacionarse con un público más amplio, es imposible pensar en la sustentabilidad económica de ese pueblo y de esos productores. Si los consumidores no consiguieran reconocerse y organizarse como un sector dinámico, de modo tal de hacer valer su poder adquisitivo, entonces seguirían siendo rehenes de los formadores de precios y del mercado hegemónico.
Y entonces sí, es más que un papel. Es más que un trámite. Es la puesta en marcha de algo que tiene que ver con la esperanza de seguir construyendo el país que queremos, cada uno desde su lugar. Cuenta Guillermo que al día de hoy son 13, las familias de productores que integran la red, y dice que no descarta que el día de mañana puedan constituirse todos ellos, y los que se vayan a sumar, en una gran cooperativa. No lo sabe, pero no lo descarta. Por el momento, el desafío es seguir organizándose para reabrir cada una de esas puertas que se habían ido cerrando: “Esperamos poder consolidarnos como colectivo, porque sabemos que ese es el camino para crecer, tanto en volumen de trabajo como en diversidad de producción”. Sus compañeros deben pensar igual que él: Tony y su señora, que tienen sus 40 vaquitas y trabajan con ellas todos los días; Ramón, el otro tambero del pueblo, bordeando la 36; los compañeros productores de miel, “Pampa del indio”, que dice Guillermo que también tienen algunas colmenas en la zona de Mercedes; Fabián, con sus productos ahumados, los muchachos de la honguera y también la panadera, que está reponiéndose de su pérdida para volver a poner de pie su negocio familiar. Todos y todas están dando la misma lucha, y se los ve dispuestos a salir adelante.